domingo, 23 de octubre de 2016

PILOTO 18


         Otoño había llegado al pueblo cambiando su fisonomía de forma evidente. El mal tiempo se había instaurado en la zona y a la vez que comenzaba a notarse el cambio de temperaturas, raro era el día en que la lluvia no hacía acto de presencia. No eran grandes tormentas, por lo que la aceituna seguía doblando las ramas de los olivos, engordando y madurando a la espera de su recogida. La gente que se reunía en los bares, comentaba que la cosecha sería buena si el tiempo seguía así y no se producían heladas o caían granizos. Lo cierto era que exceptuando un ratito de una a tres, los habitantes que quedaban en el pueblo estaban prácticamente desaparecidos. Los que trabajaban fuera, regresaban de noche, y la gente que vivía del campo tenía que madrugar mucho para poder aprovechar la luz del sol que a primera hora bañaba las huertas y los olivares. Río arriba, los frondosos y verdes bosques habían quedado manchados de marrón: los árboles de hoja caduca comenzaban a perder color y follaje mientras que los grupos de pinos se resistían y brillaban bajo la influencia de la luz sobre las gotas de rocío. La presa causante de la playa artificial, tenía sus compuertas abiertas y una pequeña lengua plateada recorría el cauce del río. Al terminar el verano, la playa perdía sus visitantes, así que dejaban al agua seguir su curso natural, algo que unido al acopio que efectuaban los pantanos de la sierra para prevenir las épocas de sequía, hacían que su imagen distara mucho del gran charco de agua del que se podía disfrutar los meses estivales.


         Un cielo gris ceniza auguraba que ese domingo iba a ser igual que el sábado anterior. David miraba a través de la ventana, todavía estirado sobre la cama, y le daba vueltas a su última conversación con Ana. Esa semana había sido el cumpleaños de Víctor, su padre, y aunque lo conocía del bar y se llevaba bien con él, cuando Ana le insinuó la opción de ir a comer a su casa al día siguiente para celebrarlo, se dio cuenta que las expectativas que se estaba formando respecto a su relación estaban muy lejos de lo que él estaba dispuesto a ofrecerle. Ana era buena chica, de eso no había duda, pero no podía dejar que se ilusionase en ser algo más que una aventura para él. Si estuviesen en la ciudad, habría desaparecido y punto. Con no contestar a sus llamadas el problema estaría resuelto, pero en el pueblo estaba condenado a cruzarse con ella casi a diario, por lo que lo mejor sería no jugar con sus sentimientos. Cuando le invitó a la comida, le puso como escusa el partido de la tarde. Era su primera convocatoria, y aunque sabía que tenía pocas posibilidades de debutar, achacó que quería comer pronto para descansar y concentrarse antes de ir al Jamargal. Sin embargo era consciente de que los encuentros con Ana debían terminarse. Esa noche volvería a hablar con ella, y aunque posiblemente terminaría haciéndole daño, le aclararía las cosas para bien o para mal.

         -Mejor ahora que más adelante, al fin y al cabo, yo nunca le he ocultado lo que buscaba…

         Se levantó de la cama y se estiró. Había descansado bien. El encuentro con Ana le quitó las ganas de salir, así que la noche anterior se fue pronto a dormir. Cogió una toalla y se dirigió a la ducha. Almorzaría fuerte y comería suave, aunque no iba a jugar, algo le empujaba a hacer las cosas de forma razonable.


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