viernes, 15 de julio de 2016

PILOTO

         El agua caía sobre su cuerpo mientras intentaba recuperarse de esfuerzo que le habían supuesto los tristes cuarenta y cinco minutos que había jugado. Lo de jugar era una forma de decirlo: ese día, como la mayoría de los domingos de esa temporada, se había limitado a arrastrarse por el terreno de juego sin aportar nada bueno al equipo. Su pasado de joven promesa se había ido transformando en un presente lamentable en el que sólo su currículum y un buen representante le habían permitido vivir del fútbol hasta la fecha.

         Mientras se secaba, respiró profundamente y el olor a linimento le abrió los bronquios. Hacía tiempo que ese olor le acompañaba, pero se temía que eso tocaba a su fin. No le renovarían el contrato, y a sus 33 años y teniendo en cuenta su desastrosa campaña, difícilmente le encontrarían equipo para la temporada siguiente.


         En el mismo momento que un sorbo de agua refrescó su boca, el estómago le recordó que la noche anterior había sido dura. Era habitual encontrarlo en los bares de copas de la ciudad prácticamente todos los días de la semana. Al principio se cuidaba y las vísperas de los partidos se quedaba en casa o salía a cenar y volvía temprano. Los malos resultados y las malas compañías le arrastraron, poco después, a frecuentar lugares en los que el alcohol y el juego le acompañaban hasta que los primeros rayos del sol entraban por las ventanas. Tuvo que salir corriendo para llegar a tiempo de vomitar en el cuarto de baño. La garganta le ardía y los latidos que golpeaban sus sienes eran cada vez más fuertes y frecuentes.


         - No vas a cambiar en tu puta vida


         Escuchó la voz de Torres, su agente, que entraba al vestuario para darle la misma charlita de cada partido. Torres era un hombre de unos 50 años que representaba a un amplio abanico de jugadores, la mayoría de ellos profesionales, y que velaba por los intereses de David desde hacía más de 15 años. Había estado a su lado en todos los malos momentos, desde aquella fatídica tarde en Santander en la que su rodilla saltó en mil pedazos, hasta verlo como hoy, vomitando whisky barato en un campo de tercera. Aquel hombrecillo andaluz estuvo a su lado cuando debutó en primera, cuando su mala cabeza le alejó de su mujer y de su hijo y cuando aquel accidente le separó de sus padres para siempre. Sin embargo, ni siquiera Torres sabía bien porque seguía atado a aquel hombre que año tras año se empeñaba en destrozar más y más lo que hace tiempo se vislumbraba como una prometedora carrera. Se había convertido en su jefe, su padre y en lo más parecido a un amigo que tenía.


         - No podemos seguir así. Vístete, te espero fuera.

        
         David levantó la cabeza. Algo en la voz de Torres le decía que el discurso de hoy iba a ser diferente. Notaba gotas de frío sudor resbalar por su espalda, un sudor que brotaba de un cuerpo que emanaba calor por todos los poros de su piel.


         - Dame dos minutos -dijo poniendose en pie- Ya estoy mejor, salgo enseguida.



         Volvió a entrar en la ducha para recuperarse del mal momento que acababa de pasar. El agua fría parecía volver a traerle a la realidad y aprovechó para enjuagarse la boca un par de veces antes de secarse. Se enfundó su tejanos y el polo del equipo que llevaban a las concentraciones, y salió del campo encendiendo un cigarro con su viejo mechero de gasolina.


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