El agua caía sobre su cuerpo mientras
intentaba recuperarse de esfuerzo que le habían supuesto los tristes cuarenta y
cinco minutos que había jugado. Lo de jugar era una forma de decirlo: ese día,
como la mayoría de los domingos de esa temporada, se había limitado a
arrastrarse por el terreno de juego sin aportar nada bueno al equipo. Su pasado
de joven promesa se había ido transformando en un presente lamentable en el que
sólo su currículum y un buen representante le habían permitido vivir del fútbol
hasta la fecha.
Mientras se secaba, respiró
profundamente y el olor a linimento le abrió los bronquios. Hacía tiempo que
ese olor le acompañaba, pero se temía que eso tocaba a su fin. No le renovarían
el contrato, y a sus 33 años y teniendo en cuenta su desastrosa campaña, difícilmente
le encontrarían equipo para la temporada siguiente.
En el mismo momento que un sorbo de
agua refrescó su boca, el estómago le recordó que la noche anterior había sido
dura. Era habitual encontrarlo en los bares de copas de la ciudad prácticamente
todos los días de la semana. Al principio se cuidaba y las vísperas de los
partidos se quedaba en casa o salía a cenar y volvía temprano. Los malos
resultados y las malas compañías le arrastraron, poco después, a frecuentar
lugares en los que el alcohol y el juego le acompañaban hasta que los primeros
rayos del sol entraban por las ventanas. Tuvo que salir corriendo para llegar a
tiempo de vomitar en el cuarto de baño. La garganta le ardía y los latidos que
golpeaban sus sienes eran cada vez más fuertes y frecuentes.
- No vas a cambiar en tu puta vida
Escuchó la voz de Torres, su agente,
que entraba al vestuario para darle la misma charlita de cada partido. Torres
era un hombre de unos 50 años que representaba a un amplio abanico de
jugadores, la mayoría de ellos profesionales, y que velaba por los intereses de
David desde hacía más de 15 años. Había estado a su lado en todos los malos
momentos, desde aquella fatídica tarde en Santander en la que su rodilla saltó
en mil pedazos, hasta verlo como hoy, vomitando whisky barato en un campo de
tercera. Aquel hombrecillo andaluz estuvo a su lado cuando debutó en primera,
cuando su mala cabeza le alejó de su mujer y de su hijo y cuando aquel
accidente le separó de sus padres para siempre. Sin embargo, ni siquiera Torres
sabía bien porque seguía atado a aquel hombre que año tras año se empeñaba en
destrozar más y más lo que hace tiempo se vislumbraba como una prometedora
carrera. Se había convertido en su jefe, su padre y en lo más parecido a un
amigo que tenía.
- No podemos seguir así. Vístete, te
espero fuera.
David levantó la cabeza. Algo en la voz
de Torres le decía que el discurso de hoy iba a ser diferente. Notaba gotas de
frío sudor resbalar por su espalda, un sudor que brotaba de un cuerpo que
emanaba calor por todos los poros de su piel.
- Dame dos minutos -dijo poniendose en
pie- Ya estoy mejor, salgo enseguida.
Volvió a entrar en la ducha para
recuperarse del mal momento que acababa de pasar. El agua fría parecía volver a
traerle a la realidad y aprovechó para enjuagarse la boca un par de veces antes
de secarse. Se enfundó su tejanos y el polo del equipo que llevaban a las
concentraciones, y salió del campo encendiendo un cigarro con su viejo mechero
de gasolina.
Esto promete....
ResponderEliminarQuiero mas.....
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